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Mujeres trabajando
Autor: Yemba Bissyende
Técnica: Batik
Medidas: 40 cm x 1m 30 cm

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sábado, 7 de mayo de 2016

LECCIONES DEL APRENDIZ I por don Otto Ricardo-Torres

LECCIONES DEL APRENDIZ I.
 
Por Otto Ricardo-Torres

Mirar y ver.

Este es la primera sugerencia de trabajo que me permito enviarles. Aspira a que la empleen cada uno como ejercicio personal, adaptándola a su medio y a la índole de su actividad laboral. Así mismo, para usarla con el grupo que cada uno debe ir conformando, de amigos, de alumnos o de ambos.

Ya verán que no es tan fácil ni tan difícil, pues depende de la actitud nuestra ante lo que debemos hacer.

La metodología conlleva (no se dice conlleva a) una pedagogía, una conducta, una filosofía, un modo de actuar en la vida y, dentro de esta, en nuestro ejercicio profesional.

Mini marco epistémico.

Mirar y ver tienen que ver con conocer y con re-conocer, respectivamente. En Sociología del Objeto, a lo que percibimos sin reconocimiento se le denomina cosa. Por eso, lo conocemos. Todo lo que está por fuera del inventario cultural, de manera permanente o provisional, es cosa.

A su vez, a lo que percibimos con reconocimiento se le llama objeto. Por eso, lo re-conocemos, pues ya es conocido.  Un palo en el monte es cosa; ya como bastón, es objeto. La función lo pasa de cosa a objeto. Y, a la inversa: Unas botas son objeto, en tanto instrumento para calzarnos los pies; pero son cosa cuando el pintor holandés Vincent van Gogh las emplea como el tema central y único de un cuadro.

Al lado de estos casos, una olla de cocina es en sí un objeto, ya que es utensilio o algo para cocinar; pero cuando las señoras lo emplean para darle al hijo en la cabeza, deja de ser aquel objeto para convertirse en otro, ahora como instrumento de castigo, prima hermana de la regla o de la chancleta.

El bello arte kitsch y aun el ready-made y el pop art, se fundan en la cosificación del mundo objetual. Tal arte consiste en no hacer nada con los objetos que trata, salvo cambiarlos de función. Un inodoro o una rueda de bicicleta; un tarro de verduras o tal cual marilínmonroe; una victrola de manivela y tal, un trapiche del tiempo de upa, una plancha de carbón, una cama de tijera o de viento, una piedra de amolar o de moler, un calabazo de bangaño, con rejilla de majagua y tapa de peralejo, para el suero, un burriquete para ordeñar, un chocó para sembrar maíz, etcétera, valen, de atrás para adelante, por cada uno de los artes dichos.

Con otra condición, el ambiente descontextualizado. Si un trapiche viejo está en el campo, abandonado, sigue siendo objeto, aunque destituído o dado de baja, si se quiere. Para que sea arte kitsch –y no le paren bolas a Wikipedia- se requiere la disfuncionalidad, o sea, su ubicación fuera de contexto: En un cuadro de pintura, decorando la entrada al Palacio Municipal, en el pórtico de un almacén de modas o en un Museo de Antropología Cultural, por ejemplo. (¿Se le miden a intentar la organización de un Museo de este tipo?).

Los ejemplos más célebres a la mano son el cuadro de Vincent Van Gogh ya mencionado –Zapatos de labriego-, de cuyo análisis el filósofo Martín Heidegger derivó su propuesta estética, y el soneto del Tuerto López, que me parece que viene del cuadro del pintor holandés. Ese monumento al soneto del Tuerto en Cartagena es, por ejemplo, típica escultura-soneto kitsch.

El objetalismo francés, en cine y en narrativa, pese al nombre, es arte cósico, pues su producto semántico es “el hueco del sentido”, la des-semantización. Lo mismo el arte del undoing –o del desdecir o el deshacer- del irlandés Beckett, su llamado teatro del absurdo, seguramente por influjo del teatro Noh del Zen. Esperando a Godot es típico enunciado del desdecir, del no-hacer, de la enunciación sinsemántica, cósica. Del arte del pintor holandés Saenredam, R. Barthes dice bellamente que constituye una poética del silencio, por eso mismo.

¡Fíjense en todos los prodigios de belleza que hace la cosa, sinónima de analfabetización, cuando se inmiscuye talentosamente en el arte!

Al ver, percibimos con los signos o nombres, funciones, que la sociedad le ha asignado a la realidad: El ver es sígnico. Es ciego porque ve. El ver, lee. Lo que ve no es la realidad, sino los nombres y funciones de la realidad. Las palabras, los enunciados, los libros, los discursos están hechos de signos.

Al mirar, en cambio, percibimos sin los signos o nombres, sin asociar nada con lo que miramos, como si fuera la primera vez: El mirar se percibe desde el indicio, o indicante sin indicado conocido, que es la forma como se manifiesta el misterio, lo no conocido o aquello a lo que le hemos suspendido o congelado el sentido. Conocimiento darshan, lo llaman en sánscrito.

La alfabetización se creó para leer, que es la manera ordinaria de ver la realidad. La analfabetización, en cambio, la emplearíamos para desleer o desalfabetizar la realidad, o sea, para devolverla de signo a indicio.

Al desalfabetizar al educando, despertamos en él su mirada original y, al descuido, su dormida genialidad.

Sin embargo, ver la realidad no es ver la realidad, sino ver la realidad mediante el nombre y funciones que les hemos puesto a las cosas de la realidad, o sea, a la realidad cósica.

El palo cosa no ha sido hecho por la naturaleza para espantar los perros o para ayudarme a pasar por entre las piedras ni para que yo alcanzara mangos en Tofeme. Cuando el hombre inteligentemente lo emplea en esas funciones, lo está humanizando, es decir, le está asignando una función humana, transmutándolo de cosa a objeto.

Los instrumentos o las cosas en función de usualidad forman parte del inventario del objeto. El ejemplo clásico que emplea cierto autor notable de la Sociología del Objeto es el de la piedra, la que, silvestre en la orilla del mar o en las cañadas que bajan de la cordillera, es cosa, pero es objeto cuando esa misma la empleamos como pisapapel.

La realidad cultural es, por eso, sígnica, pues ha sido creada por el hombre y, por lo tanto, tiene sentido por y para el hombre: Es realidad humanizada, vale decir, con sentido humano. El Humanismo de Occidente está fundado en la realidad cultural o sígnica, o sea, la del objeto.

En cambio, toda realidad (cultural o natural) es, en sí misma, indicial, es decir, cósica, si le quitamos los nombres, funciones, reflexiones, usos ya dados y que constituyen la pequeña historia de cada porción de realidad. Uno mismo no es como se llama, ni la hoja de vida, sino (otra) cosa.

El pintor belga René Magritte ha hecho un cuadro titulado Ceci n’ est pas une pipe (del cual publiqué en la revista bogotana Al Margen un ensayo, empleando el enfoque de la semiótica de Charles Sanders Peirce), que es un típico contrapunto entre la pipa-objeto pintada y nombrada (la pipa) y la réplica cósica (la no-pipa) a la que apunta el título. Esto (Ceci) es objeto en su condición de pintura de la realidad y de nombre dado a esa realidad, toda vez que no podemos fumar ni con la pintura ni con el nombre de lo pintado: Esas serían las dimensiones objeto de la pipa.

En cambio, a lo que la contradicción –o contralectura- apunta es a que con esas dos pipas –la pintada y la nombrada- no podemos fumar, sino con la no-pipa fáctica, o sea, por decirlo así, la pipa de carne y hueso.

En el lenguaje de las doctrinas esotéricas orientales, se suele traducir la partícula negativa sánscrita an, no (que también se da en el griego, seguramente por el tronco común del indoeuropeo), para señalar en estos casos la realidad cósica. Así, el no-árbol, la no-pipa son el árbol y la pipa reales, de carne y hueso, esas entidades de la realidad sin el nombre árbol ni el nombre pipa, ni la pintura o la fotografía de ellos.

El título no dice Esta, sino Esto, y dice que no es lo que a primera vista uno cree que sí es, ya que se trata de una pipa literalmente muy bien pintada. El oxímoron o paradoja se monta en la desconstrucción que va de la cosa (la no-pipa) que sí sirve para fumar, y la pintura y el nombre dado a esta, con los cuales uno no puede fumar. O sea, la pintura (de la especie del word painting, o arte conceptual), devuelve la pipa-objeto a su condición de pipa-cosa. Por eso, el título del cuadro desmiente a la pintura, a favor de la no-pipa.


La percepción indicial, propia del mirar, nos lleva al encuentro del conocimiento, y esta es siempre una tarea personal. Al percibir desde el indicio, el conocimiento viene desde lo que percibimos, no desde el pensamiento de uno, de la reflexión o razonamiento del que percibe. Podemos decir que la percepción indicial es dada sin ningún sustrato de subjetividad por parte nuestra, como si lo que percibimos nos percibiera a nosotros para darnos su información.

El artista de vanguardia, el filósofo, el científico, todo creador, lo que perciben son indicios. En esa se la pasan, viviendo entre el misterio. Del misterio, que es lo no conocido, proviene todo lo nuevo. De modo que el misterio no es tanto lo que no se puede conocer, sino lo que a veces sabemos, pero no lo podemos decir.

La vida que vivimos está inmersa, rodeada, tupida en/de misterios, y lo que vemos de ella son los misterios que se nos han hecho conocidos a través de los profetas y evangelistas del arte, de la ciencia, de la filosofía, de la técnica, de los descubrimientos e inventos en general.

Los naguales toltecas sostienen que todo lo que nos rodea es misterio, fuente de sabiduría a borbotones y al alcance de la mano. Sino que nuestros hábitos mentales se tropiezan con ellos sin darnos cuenta.

Quien percibe mediante signos, o sea, quien lee o ve la realidad, jamás podrá advertir lo nuevo, sino lo que ya está dado. Las vidas que transcurren entre el mundo sígnico son vidas ajenas, imitación de otras o en servidumbre de estas. Sombras de sombras, que diría Platón.

Vivir entre signos no es del todo malo, ya que las costumbres, por ejemplo, son sígnicas. Lo malo es vivir siempre en dependencia y en permanente reproducción o repetición del conocimiento conocido, que es el sígnico.

Ver es, pues, re-conocer, no conocer, debido a que, al ver, conocemos lo ya conocido, que está cifrado en lengua, en signos, en hábitos. Por ello, digo que el ver es el instrumento del conocimiento conocido.

Este modo de conocimiento es muy útil y es el más empleado, ya que es el fundamento de la cultura del aula, de la alfabetización, con el fin de habilitarnos para el uso del libro y, mediante este, ponernos en contacto con el conocimiento universal ya dado. Pero es inconveniente si nos limitamos a él, pues restringe nuestra capacidad de innovación, de creación, de cambio.

Mirar es, al contrario, conocer y tiene que ver con lo que también he llamado desalfabetización o analfabetización, fenómeno al que otros se refieren como desaprender, des-saber (hinduísmo, budismo zen: -tathata, conocimiento darshan-; P. Anthony de Mello, S. J y otros), epojé (E. Husserl y M. Heidegger).

Admitamos que hay que aprender a ver, a leer, tanto como hay que aprender a desleer, a no ver, sino a mirar para desaprender, a efecto de limpiar de cucarachas y de sapolín y de pañete la realidad. La mayoría de los seres humanos, sobre todo los alfabetas, se la pasan toda la vida aprendiendo, llenándose de erudición y repitiendo conocimiento conocido y nunca creando conocimiento nuevo.

Al crear, uno mismo semultáneamente se crea. Nadie crea sin crearse al tiempo. Al crear, pues, nos creamos y somos otros.

Si piensan detenidamente en esto, admitirán que no es fácil mirar, desaprender, y que la dificultad estriba en nuestro apego al modo de conocimiento tradicional y en nuestra renuencia al abandono de los hábitos. A muchos les causa ira la sola lectura de esta idea. Sin embargo, este es el principio del conocimiento del sí mismo y, de ahí en adelante, del Conocimiento, es decir, de la generación de nuevo conocimiento.

El nuevo conocimiento empieza en el cambio de percepción ante la realidad. Si miramos, todo es nuevo, virgen, amablemente misterioso, dado que los sentidos han suspendido la memoria del re-conocimiento. Ya lo he comentado, una misma entidad puede ser vista y mirada. Uno mismo puede ser visto y mirado. El camino habitual que recorremos todos los días ha sido visto, puesto que es el de la rutina habitual, pero también puede ser mirado.

Recordemos que El Principito es una mirada, no un vistazo de la realidad. El mismo Juan Ramón Jiménez escribió a Platero y yo cuando dejó de ver el burrito como un mero dócil y silencioso objeto de carga. Todo lo que apreciamos como nuevo es fruto de las miradas de su autor.

Las vanguardias miran, no ven.

xxx

Ahora bien, todo lo que aquí les vengo diciendo ha sido averiguado y puesto en práctica por mí en mis años de docencia universitaria en postgrado y en mi vida personal. (Si hablo de este modo, desde el , no es por vanidad, sino para asumir, sin falsa modestia, la responsabilidad de mis actos, para el caso, en estas Lecciones del Aprendiz, que eso es lo que he sido).

Al grano.

Les cuento que en un Seminario sobre Estética que dicté hace años en Ocaña para el postgrado de Pedagogía del Folclor de la UNIVERSIDAD SANTO TOMAS, que yo dirigía, como tarea final de lo expuesto les propuse a los alumnos la que ahora estoy en el ánimo de sugerirles a ustedes también. Más o menos, la siguiente:

Todos eran docentes: de kínder, unos; de secundaria y de universidad, otros. Esta fue –mutatis mutandis- la actividad propuesta:

·         Previamente seleccionar el grupo, que puede ser todo o unos cuántos, de alumnos o de amigos.
·         Una vez definido el grupo, inducirlos en la tarea que, ante todo, debió ser ya seleccionada.
·         Por ejemplo, ir al parque, a la plaza de mercado, al bosque, al matorral. O recorrer el mismo camino de todos los días, o el tema que decidan.
·         Explicar el propósito: Mirar, no ver, en el sentido de que mirar es ver sin palabras ni con la reflexión, como si fuera por primera vez, así lo que estemos mirando ya lo hayamos visto todo el tiempo. Si esto requiere mayor explicación, entrenar al grupo previamente en mirar objetos inmediatos: Un lápiz, el tablero, el aula, el patio, el sonido de la campana, el árbol del patio, las nubes, la temperatura: Mirar percibiendo sin recordar ni asociar nada de la memoria a lo que estamos percibiendo. (El novelista francés G. Flaubert practicaba el mirar sobre una pared en blanco).
·         Si, por ejemplo, el objeto de percepción es un lápiz, al mirarlo no podemos verlo, es decir, ya no se llamará lápiz, ni es el objeto que sirve para escribir, ni es de la marca tal, ni si es mío o de mi amigo que me lo prestó, ni si tengo que sacarle punta, etc., porque estos son comentarios propios del ver, de las funciones ordinarias del lápiz objeto, no del mirar. Se dirá: ¡Pues qué carajo y entonces qué digo, nada!
·         Pues esa será, justamente, la respuesta: NADA, a condición de que realmente terminemos desasociándolo con todo lo que sabemos del lápiz. En el fondo de la NADA habita lo percibido por la mirada.
·         El objeto ha sido limpiado en su realidad de superficie horizontal mediante el mirar. El resultado es su prístino, original entorno, la NADA, rodeada de transparencia.
·         De aquí en adelante, lo que emana de la cosa es su información, ya no de superficie, sino en profundidad, que es la de su identidad, de su en sí, la de su realidad única, sin nombre, la del origen.
·         En esa misma medida, uno mismo puede y debe limpiar su información de superficie, generalmente llena de basura y de voces ajenas y de lugares comunes.

·         Al llegar a este punto, al del lápiz-nada, lo estaremos mirando y no viendo. El mirar nos conduce al silencio. Pero ese silencio no es ausencia de conocimiento, sino presencia de conocimiento nuevo, que ahora no tiene palabras a la mano con las cuales ser dicho. Este lápiz mirado (no el de la marca Mirado) será mi lápiz, único, singular, y ya no el lápiz de uso común.

·         Esta actitud de pasar a mirar lo que habitualmente vemos, es una suspensión táctica, provisional, del sentido dado en lo que percibimos, y no un borrador definitivo, de por vida, pues el lápiz sigue estando ahí.

·         Luego, proponer al grupo como tarea final ninguna tarea o lo que cada uno quiera rendir como tarea, para que cada uno se exprese –se diga, emplee su logos- desde su temperamento, su vocación, su aptitud: Contando la actividad realizada mediante una descripción, un relato, un guión, una pintura, un boceto teatral, una canción, un poema o nada, pero no una crítica de lo que se observó, pues si esto se hace, no se estuvo mirando sino viendo, razonando, haciendo todo lo contrario de lo que se debía hacer, pues se anduvo en una actitud prevenida.

·         Mediante este ejercicio (que el guía o coordinador debe también realizar), se contribuye a eliminar la timidez en los alumnos que dicen serlo, pues cada uno hallará su manera espontánea y cómoda de expresarse, ante lo cual nadie es tímido; se elimina el falso concepto de socialización, que lo que hace es hundir más al tímido y promover la supremacía del que más habla o del que tiene más mañas para llamar la atención e imponerse, y, sobre todo, se logra darnos cuenta de que todo lo que creíamos conocido no lo era, pues a fuerza de ser algo habitual, terminamos por no advertirlo realmente, por no distinguirlo, o porque dejamos de apreciar aspectos de esa realidad que ahora sí habremos descubierto.

·         (Los profesores-alumnos de esta experiencia de Ocaña, todos sin excepción me dijeron, cuando me enviaron a Bogotá sus trabajos, con las tareas de sus alumnos, que habían escogido como tema de la tarea una rutina diaria en el campo, y que, en realidad, eso que creían conocer no lo conocían, pues vieron plantas, flores, aves con sus colores, forma y cantos, los colores del día, la temperatura, el camino, los transeúntes, como si fuera la primera vez. No hubo uno solo que no hubiera mirado -por primera vez- eso que creían haber percibido todos los días).

La Expedición Botánica nos descubrió así, ya que los colonizadores españoles veían esta realidad con los ojos de la cultura medieval y renacentista europeas: Nos veían, no nos miraban.
Esta es, pues, la primera sugerencia que les hago hoy con esta Lección del Aprendiz I, sin que se obliguen a rendirme tarea alguna, o que ni siquiera se obliguen a realizarla. Por supuesto que tampoco es obligatorio que no me la envíen.

Sugiero, pues, que cada uno escoja el tema, el grupo, la tarea para, si es de su interés, realizar este primer paso en el camino del conocimiento.

Por extensión, apliquen esta pauta gnoseológica, ya no solamente a los alumnos o amigos, sino a cada uno de ustedes, en todos sus quehaceres: Rutinas de la vida doméstica, académicos, sociales, laborales, al comer, bañarse, descansar, leer, pasear, uno por uno y cada uno como si fuera el único, sin afán sino festina lente, apresurándose despacio.

Este es el sendero que nos conduce a equivocarnos con nuestros propios errores y no a acertar con las verdades ajenas. Es el camino de uno, de cada uno, el de las propias palabras y no el de las palabras ajenas. El camino de la libertad, no el de la taimada, agazapada e ignorada servidumbre de los lugares comunes.

Ojalá empiecen ya y ojalá hagan más y mejor lo que aquí sugiero. Dar el primer paso y nunca parar, pues en el camino del conocimiento no hay límites.

En un texto inédito, esta actividad es parte del fundamento de mi propuesta acerca de la Estética Semiótica. Pero más adelante hablaremos de esto, “si Dios no lo remedia”.

xxx.

Nota. El texto alude a la primera propuesta que le hice a un grupo de estudios on line con el cual fracasé estrepitosamente. 

Otto Ricardo-Torres
Casa esenia, noviembre 11 del 2012-mayo 5 del 2016.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente articulo, cuando lo terminas de leer te das cuenta lo equivocado que estás en relación a la realidad que te circunda. A los que estamos empezando a escribir nos sirve muchísimo está aclaración de conceptos que a menudo consideramos sinónimas. A mirar más y ver menos.